Tuesday, September 07, 2010

Tony Judt e Israel (I) – Benjamin Kerstein – New Ledger



Cuando un hombre muere, sobre todo cuando lo hace a causa de una enfermedad horrible, la gente siempre tiende a tener un buen recuerdo de él, aunque sea por compasión con su sufrimiento. Ese parece haber sido el caso del historiador y ensayista Tony Judt, que murió este mes de una enfermedad degenerativa conocida como esclerosis lateral amiotrófica. Siendo la visión de Judt muy reducida a causa de un proceso muy rápido, y ello para un intelectual en que su época más fructífera fue victima de una invalidez que le mantenía en una silla de ruedas incapaz de respirar por sí mismo, la redacción de su obituario incita, incluso a los más críticos, a escribir con cautela. Los últimos meses de su vida fueron, sin lugar a dudas, una existencia terrible y, al final, una muerte horrible.

Sin embargo, sí podemos separar el trabajo de un hombre de su vida, creo también podríamos y deberíamos separarlo de su muerte. Desconozco la obra más famosa de Judt, la cual trata de la historia de la Europa de posguerra, aunque tengo buenas fuentes que me aseguran que es decididamente brillante. No tengo ninguna duda de que probablemente sea así, pero la verdad es que durante los últimos años de la vida de Judt fue más famoso, más celebrado y más citado por su manifiesta creencia de que el estado de Israel no debería existir.

Algunos podrán considerar que mi caracterización de su posición es injusta, pero vale la pena señalar lo que hay detrás del eufemismo conocido como "estado binacional". La postura de Judt no era tan cruda o directa, por supuesto, y ello por su naturaleza eminentemente intelectual y erudita. No obstante, el fin de Israel era más o menos lo deseado, así como el persistente rechazo de Judt y de sus defensores a reconocerlo era y es su descrédito.

La verdad es que la fealdad de ese sentimiento siempre estaba al acecho, y simplemente permanecía bajo la superficie de la estudiada gentileza liberal de Judt. Mirando hacia atrás, hacia su famoso artículo del 2003 "Israel: La Alternativa" - en el (por supuesto, ¿dónde si no?) “The New York Review of Books” -, lo que más llama la atención de él, quizás a causa de la ira desatada por la tesis de Judt, es como la crudeza y la, en ocasiones, maliciosa y franca violencia del artículo pasó inadvertida en su momento. Judt se refería al presidente Bush, por ejemplo, como a ese "muñeco de ventrílocuo que, lastimosamente, recitaba la línea política del gabinete israelí"; o bien se refería al ex primer ministro israelí Ehud Olmert como a un fascista; o citaba con aprobación al más ilustre demagogo de la izquierda israelí, Avraham Burg (que extendía esa caracterización al propio Israel); o atacaba a los defensores de Israel por hablar "con ligereza e irresponsabilidad de un resurgimiento del antisemitismo cuando Israel era criticado", lo que sería una sorpresa sin lugar a dudas para muchos de esos judíos que habían emigrado recientemente huyendo de la violencia antisemita en países como Francia; o bien regurgitaba con bastante soltura una teoría de la conspiración sobre la guerra en Irak alegando, al parecer sin el menor recelo, que "para muchos en la actual administración americana (Georges W. Bush) una consideración estratégica importante es la necesidad de desestabilizar y luego reconfigurar un Oriente Medio con una línea de pensamiento favorable a Israel”. Como para remachar el clavo, Judt se preguntaba: “¿En qué guerra (o para quién) estamos luchando?"

Judt, por supuesto, no deliraba sobre el USS Liberty o sobre un Gobierno Sionista de Ocupación en América, pero una gran parte de lo que decía era bastante desagradable, y, todo hay que decirlo, muy infantil, sobre todo para un intelectual respetado por sus conocimientos. A Judt le gustaba fingir que era alguien peculiar en lo que respecta a sus propios criterios políticos, pero en realidad compartía los mismos prejuicios del establishment liberal del que formaba parte, y sus sentimientos con respecto a Israel llevan a esa misma conclusión, al igual que sus justificaciones por ellos.

Israel, para Tony Judt, "había importado un proyecto separatista característico de finales del siglo XIX”, un proyecto que resultaba “anacrónico” para un mundo actual que ha evolucionado hacia “un mundo de derechos individuales, fronteras abiertas y derecho internacional". Representaba pues un “anacronismo" en "un mundo donde las naciones y los pueblos se mezclan y unen a voluntad; donde los impedimentos culturales y nacionales para la comunicación casi se han colapsado; donde cada vez más poseemos identidades múltiples electivas y donde nos sentiríamos molestos u obligados si tuviéramos que elegir una sola de ellas".

Resulta quizás demasiado generoso denominar a todos esos sentimientos una fantasía. Una cosa es desear que este mundo fuera un lugar mejor y otra muy diferente afirmar que ese mundo feliz ya existe, y que por lo tanto Israel lo que debería hacer es disolverse con el fin de unirse a esa utopía hecha realidad. La desesperación con la que Judt - y, se supone, sus defensores - creían en la existencia de esa “utopía realizada”, tal vez pueda ser manifestada por el grado de tergiversación necesario para poder “plasmar esa realidad”. Así Tony Judt podía afirmar en su artículo: "La civilización occidental es hoy en día un mosaico de colores, religiones y lenguas, de cristianos, judíos, musulmanes, árabes, indios y muchos otros, como cualquier visitante de Londres o París o Ginebra podrá comprender”.

Uno realmente no sabe qué hacer con declaraciones como esa, salvo destacar que son absurdas, y tal vez hacer observar adicionalmente que este “mosaico armonioso” ha dado lugar a muy graves tensiones y violencias en Londres y París, así como en muchos otros lugares de toda Europa, y que todo el continente europeo se encuentra ahora mismo muy cerca de una grave crisis social como resultado de la falta de integración de sus nuevas minorías (que en algunas zonas son ya casi mayorías) en el tejido más grande de las naciones. Uno puede lamentar esto, designar un culpable, o simplemente desear que las cosas no fueran como son, pero lo que no se puede pretender es negar esa situación cuando manifiestamente existe. Irónicamente, con la utilización de la Europa actual como el ejemplo de lo que Israel debería ser, Judt, sin darse cuenta, estaba dando un ejemplo bastante meridiano de lo que Israel, probablemente, debería evitar a toda costa.

Fuente: New Ledger

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